jueves, 16 de diciembre de 2010

Descartes, III: ontología y antropología

LAS SUSTANCIAS

Una vez llegado a la primera verdad simple  y evidente (1ª regla), tiene que construir el saber a partir de esa primera intuición indubitable. De este modo irá deduciendo, y en este orden: la res cogitans (el alma), la res infinita (Dios) y la res extensa (el mundo).

Sustancia: es una cosa que existe de tal modo que no necesita ninguna otra para existir. (en Aristóteles, lo que permanece; definición realista frente a la gnoseológica de Descartes). Es lo que percibimos clara y distintamente como autónomo de lo demás.

Del cogito... a la res cogitans

Ahora sé que soy, pero aún no sé qué soy; la respuesta cartesiana va a ser: soy una cosa que piensa.
Por pensar entiende todo contenido de conciencia: dudar, afirmar, negar, conocer, ignorar, amar, odiar, desear, imaginar, sentir...
El sujeto pensante es el sub-yectum de pensamientos, voliciones, imaginaciones, sentidos… Se una sustancialización del pensamiento.
La afirmación de la res cogitans se produce por simple intuición: esa es la naturaleza del cogito ergo sum. (Aquí Descartes está dando un salto ilícito a la sustancia, introduciendo el concepto “cosa”. Se trata del prejuicio sustancialista: no puede haber una actividad sin ente sustancial que la sostenga).

De la res cogitans a Dios

     Dado que la única certeza hasta ahora es el cogito...,  tiene que llegar a Dios a través de él, no de los objetos, pues su existencia -de la que ya ha dudado- aún no ha sido demostrada (lo contrario de lo que hacía Tomás, quien demostraba la existencia de Dios a partir de los seres del mundo).
     Así pues, del cogito, en cuanto primer conocimiento indubitable (claro y distinto) deben extraerse todos nuestros conocimientos. Analizándolo (2ª regla), encontraremos dos elementos: el pensamiento como actividad y las ideas (ahora no interesan voliciones y juicios).
En cuanto actos mentales tienen el mismo estatuto ontológico (lo que abarca el "pensar"), pero como contenido objetivo son diversos. Va a analizar, pues, los tipos de ideas, que clasifica del siguiente modo:
Adventicias: las que parecen provenir de la experiencia.
Innatas: las que nacen conmigo.
Ficticias: inventadas, compuestas por la mente a partir de otras.
     Entre las ideas innatas descubre la de infinito, que identifica con Dios.
Partimos de la siguiente definición de Dios: “sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omniscente y omnipotente”.

     El razonamiento es el siguiente: debe haber tanta realidad en la causa como en el efecto. ¿Cómo puedo yo, un ser finito, provocar en mí la idea de infinito? Dado que yo no puedo ser la fuente, pues soy finito, tiene que haberla puesto en mí un ser infinito; por tanto, existe esa sustancia infinita a la que llamamos Dios (como vemos y como señaló Kant, se trata de otra formulación del argumento ontológico).

De Dios a la existencia del mundo (res extensa)

     Como es bueno (por la idea que tengo de Él), no actuará como el genio maligno. Si me ha dado inclinación a creer en los cuerpos exteriores, deben existir, pues si no, sería un impostor, y esto contradice la naturaleza de Dios (infinitamente bueno). También me ha dado la facultad de corregir errores: claridad y distinción. Por tanto, Dios se convierte en el garante de la existencia del mundo. De este modo, ya tenemos dos ciencias seguras: matemáticas y física.
     Veamos ahora qué naturaleza posee esa sustancia exterior a mí. Tendremos que indagar lo que es en sí, no el modo en que se me aparece, pues la información de los sentidos es cambiante.
     El planteamiento entonces es el siguiente: ¿cómo conocemos los cuerpos? Para argumentar pone el ejemplo de la cera: al calentarla, observamos que cambian sus cualidades. Lo que aparece a los sentidos no era, pues, la cera misma. Ésta está constituida por extensión, flexibilidad y movimiento, que son entendidos por la mente, no por la imaginación (recordemos que la imaginación es la capacidad de hacerse imágenes). El concepto que nos hacemos de la cera no es una visión o contacto, sino una inspección de la mente. El conocimiento por los sentidos es confuso y lo compartimos con los animales; sólo el hombre posee la razón (entendida ahora como esa "luz natural" de nuestra mente). No podemos negar lo que aparece a la luz natural.
     Prescindiendo de los datos de los sentidos, nos encontramos con que la cualidad fundamental del mundo externo es la extensión. De ahí que denomine a esta otra sustancia que es el mundo la res extensa.


     Las propiedades de esta res extensa se desarrollan en su física, de indudable valor pero que quedará eclipsada por la física que culminará la ciencia moderna: la newtoniana.

   Con respecto a la psicología, la separación cuerpo-alma (res cogitans/ res extensa) cartesiana es la más radical, siendo completamente irreductible la una a la otra. Tal separación radical ha supuesto un problema derivado que ha supuesto un importante conflicto en el desarrollo posterior de la filosofía psicológica: explicar la conexión entre cuerpo y alma. La solución que Descartes propone es una compleja teoría que postula la existencia de ciertos "espíritus" animales que circulan por la sangre y provocan los impulsos nerviosos; con esta teoría reduce todo movimiento corporal a un funcionamiento similar al de las máquinas. Los animales, según Descartes, no tendrían alma, se reducen a ser concebidos como máquinas muy sofisticadas. Del mismo modo funcionaría el cuerpo humano; pero a diferencia de los animales sólo el ser humano tiene alma, en cuanto esa conciencia pensante. La influencia del cuerpo y el alma se efectúa por su unión en la glándula pineal. Esta teoría resultó -y resulta- extraña y poco coherente con el grado de rigor que el propio Descartes exigía en un principio (aunque tiene cierto paralelismo con antiguas teorías fisiológicas sobre las funciones de la glándula pineal) y hoy en día, dentro de su pensamiento, resulta poco más que anecdótica.

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