jueves, 18 de noviembre de 2010

Agustín de Hipona, IV: antropología y salvación

ANTROPOLOGÍA Y SALVACIÓN

El hombre: cuerpo y alma
Agustín se mantiene en una concepción dualista del hombre: éste se compone de cuerpo (mortal) y alma (inmortal). Pero rechaza la idea platónica de la reencarnación, dada la naturaleza que le adscribe al alma para defender la doctrina del pecado original y dar sentido al Jucio Final. La teoría platónica de la reencarnación sigue manteniéndose en una concepción cíclica del tiempo. Se dan dos resurrecciones: la del alma en la muerte y la del cuerpo en el Juicio Final.

Naturaleza del alma: la teoría agustiniana que explica la naturaleza del alma se denomina traducianismo: según esta teoría, el alma pasa de padres a hijos. El traducianismo pretende dar respuesta al hecho de que el ser humano esté condenado a priori: puesto que Adán y Eva pecaron, su alma quedó ya contaminada de apetitos carnales, y de esas almas, en cuanto padres de la humanidad, derivan las nuestras.

El libre albedrío
Cuestión: adjudicar el mal al hombre y no a Dios.
Dado que la libertad es un concepto positivo y deseable, va a distinguir entre libertad y libre albedrío.
Libre albedrío: facultad de la razón y la voluntad de elegir entre el bien y el mal. La voluntad humana puede pecar: el pecado es el mal uso del libre albedrío.
Libertad: a diferencia del libre albedrío, que nos puede conducir al pecado, la libertad es un estado de gracia o de bienaventuranza sempiterna en la cual no se puede pecar. Por el libre albedrío el hombre puede elegir mal porque no sabe lo que quiere; la libertad, sin embargo, es el estado en que el hombre alcanza lo que realmente quiere: la felicidad, que se adquiere por medio del conocimiento o acercamiento a Dios.
Así, se puede decir que el hombre no es libre por elegir el pecado, pues el mal es una tendencia al no ser y la libertad es una cualidad positiva, por tanto un estado de gracia. Es, pues, el hombre, y no Dios, el causante del mal, pero a la vez se afirma que al pecar no adquiere sino que pierde su libertad.
 
El pecado y la Gracia
Cuestión (contra Pelagio): la salvación ha de ser obra de Dios, no del hombre.
Hasta aquí parece que el hombre se salva por sus propios méritos: según el uso que haga de su libre albedrío. Pero Agustín no puede admitir esto sin mermar la omnipotencia de Dios. Ésta será su cruzada contra los pelagianos, quienes defendían que la salvación dependía de los méritos del hombre. Frente a ellos, Agustín defiende la teoría de la Gracia: no es el hombre quien se salva, sino Dios quien salva al hombre por su gracia divina, por su gratuita voluntad. Esta solución parece injusta, pero Agustín la justifica por medio del Pecado original: todos los hombres, en cuanto descendientes de Adán, somos depravados, pues nuestras almas arrastran el pecado original que cometieron nuestros padres. El hombre, que debía ser espiritual en el cuerpo, se hizo carnal en la mente (lascivia). Nacemos condenados, pero Dios, gratuitamente y por amor, decide salvar a sus elegidos. No se trata de predestinación o elección caprichosa: la Gracia de Dios ayuda al hombre a abandonar el amor por las cosas sensibles.

 La Ciudad de Dios
Para entender bien esta noción agustiniana, hay que partir de su concepto de ciudad: por ciudad entiende una comunidad de hombres unidos bajo unas mismas creencias.  Recordemos que  Agustín concibe el cosmos como el escenario donde se desarrolla el drama único de la Historia. Agustín sostiene que hay una diferencia entre lo temporal y lo espiritual, entre lo político y lo ético.
Dos ciudades:
· La de los hombres que aman a Dios.
· La de los hombres que se aman a sí mismos.
En este mundo están mezcladas. En la eternidad, unos gozarán por siempre con Dios, los otros padecerán tormentos eternos con Satán. La ciudad de Dios es la sociedad de los elegidos.
Aunque en sentido estricto la ciudad de Dios, en cuanto comunidad de hombres santos que son los elegidos de Dios, no puede identificarse ni siquiera con la Iglesia, esta distinción influyó en la ideología posterior que cimienta la separación entre Iglesia y Estado.

El amor
El amor es un concepto clave en el pensamiento agustiniano. Identificado con la fuerza de voluntad, tiene un papel fundamental en el conocimiento (es uno de los pilares de esa vía espiritual), y la distinción entre los tipos de amor, según su objeto, establece la escisión entre la Ciudad de Dios y la ciudad terrena (o en algunos casos, Ciudad del Diablo).
Así pues, se distinguen dos tipos de amor según su objeto: caritas y cupiditas.
· Caritas: o amor desinteresado; para Agustín es el amor a Dios.
· Cupiditas: o deseo, apetito, atracción; Agustín lo define como el deseo de tener, que se traduce en miedo a perder. Es amor al mundo y por tanto a lo efímero.
Para Platón el amor era una tendencia de lo inferior, el no-ser, a lo superior (ideal de belleza); e igualmente en Aristóteles, para quien el motor inmóvil es amado pero no amante. Lo lógico era concebir que lo inferior amara aquello que es superior a sí mismo, aquello de lo que carece o que le sirve de referencia. En Agustín, debido a la influencia cristiana, la tendencia se invierte: el primer acto de amor parte de Dios. Dado que Dios ama a los hombres les concede la Gracia, por la cual pueden salvarse del estado de condenación eterna con la que nacen.
Amar a Dios es amar la Verdad, amar el Ser Absoluto. Esto nos da una argumentación filosófica sobre el sentido del conocimiento como vía espiritual y sobre el sentido de la salvación, reflejando de nuevo la síntesis que hace Agustín entre Cristianismo y filosofía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario