lunes, 8 de junio de 2009

Del amor, I. El amor en Empédocles

DEL AMOR, I.

EL AMOR EN EMPÉDOCLES



Pues todos estos elementos: Sol, tierra,
cielo y mar, están adaptados en sus diferentes partes para todo lo que anda por
el mundo mortal. Y si todo lo que se muestra más propio de la mezcla se atrae
recíprocamente, por la acción de la semejanza y del Amor, por el contrario lo
que es enemigo de ella se mantiene a gran distancia; naturaleza, composición,
formas que revisten, todo contribuye absolutamente a oponerse a la reunión, bajo
el imperio del Odio que le ha dado nacimiento.


Sobre la naturaleza, fr. 22.

Empédocles postula que el universo está formado a partir de los cuatro elementos por entonces concebidos: tierra, fuego, aire y agua. Cuatro elementos y dos principios: el amor y el odio.


El amor, entendido desde el sentido de la filía (el amor como amistad, como sentimiento de atracción o simpatía) es, junto con el odio, una de las fuerzas cósmicas que generan el movimiento, los cambios y las apariencias.

El mismo amor (y el mismo odio) que une y separa a los hombres, se hermana con los principios que mueven el mundo material, se convierte en (que no se reduce a) una fuerza física. Ambos sentimientos complementarios se hacen así de algún modo eternos, primarios, radicales.




Ya que el amor y el odio han sido fuertes desde siempre, lo serán para
siempre; y no creo que el fin de los tiempos esté libre de estos gemelos
.
Fr. 16

Fijémonos ahora: el amor une, el odio separa. Hablamos de fuerzas cósmicas. ¿Es posible que se dé el uno sin el otro? Sin la fuerza de la separación no seríamos dos, no seríamos múltiples. ¿Qué habría, pues, que desear? ¿No sería, así, el amor, una búsqueda de esa unidad primigenia, una necesidad de ampliar nuestro ser disolviéndolo en la amalgama con otro?





Mientras en el Uno todo se unifica a través del amor; así ,
también lo mismo es llevado a través del odio al enfrentamiento. Y en la medida
en que el Uno continua queriendo ser multiple, y lo Múltiple, de nuevo, brota de
la primaveral dispersión del Uno, del mismo modo tienen un momento de nacimiento
y de muerte; y del mismo modo que este intercambio no acaba, así los dioses lo
establecieron por siempre rodeando el círculo del mundo que mueven.
Fr.
17

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